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II Concurso de Relatos de La Tetera, 2015

Seguimos publicando los relatos ganadores de nuestros concursos de relatos, ahora toca el II concurso de relatos, está data de la primavera del 2015. El tema fue El Mundo de Sabores…

Otra vez tuvimos suerte que algunos Teter@s nos dejaron algunos relatos y esta vez vamos a dejaros dos relatos.

La ganadora de nuestro II Concurso de Relatos La Tetera, fue Margarita Merino con su relato “Erase una vez… los sabores del corazón”! Felicidades Margarita!! Finalmente aquí ls dejamos su relato.

Relato ganador

ÉRASE UNA VEZ…LOS SABORES DEL CORAZÓN.

– ¿Has oído hablar de los sabores del corazón?
– ¡¿De los sabores del corazón?! no, jamás.
– Ah, vaya…
– Cuéntame, ¿cuáles son esos sabores?
– Verás, son muchos los sabores que puede tener un corazón, y en este instante, en el mundo, cientos de corazones cambian de sabor.

Hay corazones con sabor a vainilla, tiernos y dulces, como las natillas que las abuelas preparan los domingos de fiesta. Hay corazones con sabor a piruleta, a chicle de sandía, a manzana, a regaliz. Son los corazones de las niñas que juegan en la plaza al pañuelo, a la comba, al zapatito inglés. Muchos de estos corazones se tornan ácidos como el limón, amargos como el enebro, tendrán aroma a cebada fermentada latiendo entre risas y también entre lágrimas. Son estos los corazones de las amigas de toda la vida, esas que se confunden con las hermanas.

Hay muchos corazones de sabor delicado como el jazmín, que aguantan fuertes las tormentas de la inquieta primavera. Junto a ellos, muy diferentes pero complementarios, suelen caminar los corazones con sabor a jengibre: dulces y picantes.

Uno de mis preferidos es el sabor a canela. De canela son los corazones de los enamorados. Hay corazones canela de todas las edades. La canela es atrevida, y liga bien con cualquier otro sabor. Las mariposas disfrutan los corazones de lila; y en los bosques oceánicos se pierden los corazones más nostálgicos, aquellos que recogen la sutil fragancia de las frutas rojas.

Para terminar, te puedo hablar de los corazones más queridos, los corazones de los bebés, que saben a algodón dulce y leche merengada. Estos corazones tienen magia: absorben todo rastro de amargura en el rostro de quien los observa, y derraman sonrisas por el simple placer de dar.

Tras la información recibida sintió tanta curiosidad que, decidida, comenzó a caminar, y recorrió el mundo en busca de esos sabores. Cuál fue su sorpresa, descubrió muchos más: corazones tropicales, corazones helados, corazones muy dulces y corazones salados. Corazones de piña, corazones de otoño, de albahaca y menta suave. Todos los probó, y lejos de empacharse, aprendió a compartir porque, como los bebés, descubrió el placer de regalar, y cuanto más ofrecía más sabores a ella llegaban, y todos dejaban huella en su corazón. Una huella serena que le enseñó a empatizar con todos los colores, con todos los sabores del corazón.

A que fue bonita??

Hablando de fábula, este años en el II Concurso de Relatos tuvimos un premio especial, que fue otorgado a Pablo Ramirez. Su relato fue completamente distinto al ganador y os queremos deleitar con el suyo también! Felicidades Pablo!!

Relato premio especial

Eureka

El agudo silbido de la tetera le sacó de su ensoñación. Llevaba sin poder conciliar un sueño en condiciones casi una semana. Este caso le estaba sacando de sus casillas y, tratándose de quien se trataba, eso significaba mucho. Se arremolinó en su chaqueta de tweed y se incorporó algo en su butaca carmesí.

Era una triste mañana fría de otoño y escasa luz lograba atravesar la niebla, el humo y los empañados ventanales de Baker Street. Veía a su compañero apartando con cuidado la tetera del fuego, moviendo ligeramente la negra bolsa de infusión y vertiendo la humeante bebida.
-Aquí está su té.- Su ayudante le ofreció una tacita de fina factura oriental con un líquido oscuro y un par de galletitas depositadas en el plato. El pobre estaba visiblemente cansado y ojeroso y podía ser un buen reflejo del aspecto que el detective debía tener. Sin embargo, su asistente mantenía una sonrisa de esperanza en el rostro, todo lo contrario a él.
-Gracias- Y empezó a sorber el “lapsang souchang”, su té negro favorito, comprado como siempre en la exquisita tienda de Silversmith Street. El fuerte pero delicioso sabor a humo le hizo recuperar cierto calor y energía.

Quizá hoy lograran una nueva pista que le permitiera recomponer el infernal rompecabezas.
-Repíteme la descripción de la habitación otra vez- dijo el detective mientras agarraba la taza con ambas manos para calentárselas y olía el vapor que despedía el té. Su fiel colaborador disimuló el disgusto de tener que volver a contar la misma historia, se atusó el poblado bigote que ya lucía algunas canas y comenzó su relato con una voz cansina, monótona, sin sentimiento.


-El pasado lunes a media mañana, la señora Hamilton pegó un fuerte grito que alertó a los vecinos. La anciana había encontrado los cadáveres de sus amigos, el señor y la señora Bellamy en su mansión de Woodgate. Ambos estaban tendidos en la moqueta junto a la mesa, en la que aún se veían los restos de su desayuno: tostadas con mermelada de fresa y lemon curd, té Darjeeling, manzanas rojas y un bizcocho de nueces y canela. Ninguno de los alimentos estaba envenenado. La vecina que los encontró dijo que la puerta estaba cerrada, pero la cerradura sin echar, por lo que pudo entrar. Aunque eso era lo habitual en aquél pequeño y tranquilo pueblo. No se han encontrado muestras de violencia, ni se echa en falta ningún objeto que pudiera ser robado. Tampoco se conocen enemigos de los fallecidos.

Ambos se sabían el escenario de memoria y lo habían inspeccionado en varias ocasiones. Su cabeza daba vueltas sin parar. Algo se le escapaba. Podía ver aquella macabra habitación igual que si estuviera observando una fotografía. Las relucientes manzanas rubís aún sobre la fuente, el té frío pero con ese bello color translucido característico, el suave aroma de las mermeladas.

El investigador pegó un mordisco a la galleta, un delicioso pastel holandés relleno de caramelo que comenzaba a derretirse con el calor de la bebida. Saboreó cada bocado sin dejar de pensar y sintiendo cómo su lengua se impregnaba del regustillo del dulce. Dio otro sorbo de lapsang souchang para pasar las migas.

Al volver a apoyar la taza sintió un extraño escalofrío y tembló, provocando que el líquido se derramara por sus dedos, abrasándolos y haciendo que la mano soltara instintivamente la taza, que fue a estrellarse contra el suelo. De suerte que la moqueta amortiguó la caída y no se rompió. Su infatigable ayudante se disponía a recoger el accidentado desayuno mientras el detective miraba absorto la taza apoyada en el suelo y veía cómo el té iba empapando el piso.
-No lo recojas y toma la pistola. Lo tengo, Watson.

Gracias a tod@s los participantes de nuestro II Concurso de Relatos